Pero tened precaución de que no os vean.Yo no tenía intención de quedarme escondido. Memetí en un bolsillo lateral en el bolso, cerca del broche, y desde allípodía asomar la cabeza siempre que quisiera.—Eh —dijo Bruno—. Deme el resto del plátano que comía.—Oh, bueno —ha dicho mi abuela—. Lo que sea con tal de que te calles.Echó el plátano medio comido en el bolso, vestido menina verao se colgó este del brazoy salió de la habitación.

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Crean un claro contraste con las paredes visibles, a juego con el estilo minimalista. Era maravilloso haber vuelto a Noruega de nuevo y estar en laantigua y hermosa casa de mi abuela. Pero ahora yo era tan pequeño quetodo parecía distinto y tardé mucho tiempo en estudiar a moverme por lacasa. El mío era un mundo de alfombras, patas de mesas y de sillas, y de lospequeños huecos que quedan detrás de los muebles enormes. Las puertascerradas no se podían abrir y las cosas que estuvieran sobre una mesa eraninalcanzables.Pero tras unos días mi abuela comenzó a inventar cosas para hacermi vida un tanto mucho más simple. Le encargó a un carpintero que hiciera unascuantas escaleritas altas y estrechas, y colocó una apoyada en cada mesa dela casa a fin de que yo pudiera subir por ellas siempre que quisiese. Por lo que yo pude ver, vestido menina verao la habitación estaba bastante ordenada.

La mitad de la piel se le desprendió del cráneo.Estas rascaderas compulsivas comenzaron a fascinarme. Los cuadros con flores tienen la posibilidad de ser una aceptable opción para la habitación de una niña. —chilló elseñor Jenkins, señalándola con un dedo—. Recuerda que los cuadros infantiles para pintar, los cuadros infantiles pintados a mano o el punto de cruz infantil es un estilo o género de cuadro que se semeja con una creación propia. Además de esto, muchas de estas tiendas proponen opciones de personalización, lo que te permite crear un cuadro único y único que refleje tu personalidad. A todas partes dondeiba, la gente la conocía sólo como una señora interesante.

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Cocida como una sanahorria —dijoLa Enorme Bruja—. Nunca volverrréis a verrla. Ahorra podemos dedicarrnosa los asuntos imporrtantes. Ojeada por debajo de las sillas y vi varios pares de pies con medias…absolutamente cuadrados y carentes de dedos. Eran repugnantes, como siles hubiesen rebanado los dedos con un cuchillo de cocina.—¡Podéis quitarros las pelucas! —gruñó La Gran Bruja.Tenía una forma peculiar de hablar.

—Para mí, no —dijo ella—. —pregunté.—No bastante —dijo mi abuela—. Absolutamente nadie en el mundo tenía ni lamenor iniciativa de quién era ella, salvo las otras brujas. ¿Habéis echado el cerrogo o la cadena? Nospuso un asqueroso ratón sobre la mesa.

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Se me acaba de caer mi laborde punto. Pero no importa, pues tengo el otro extremo en la mano. Puedosubirla tirando del hilo. Gracias de todas formas. —¡Lo comprobaremos rápidamente! ¡No hayque perder un segundo!

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Mi abuela me había dicho que, si me caía, me rompería unapierna y toda vez que miraba abajo, me recorría un escalofrío por laespalda.Trabajé mucho, clavando el primer tablón del tejado. Luego, de súbito,por el rabillo del ojo, vi a una mujer que estaba de pie justo bajo mí.Me miraba y sonreía de una forma extrañísimo. En el momento en que la mayoríade la gente sonríe, sus labios se abren hacia los lados. Los de esta mujer seabrían hacia arriba y hacia abajo, enseñando todos y cada uno de los dientes de delante ylas encías.

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Allí abajo,lejísimos, los pequeños que jugaban en la playa eran del tamaño de unescarabajo. El calcetín empezó a balancearse a causa de la brisa. Miréhacia arriba y vi la cabeza de mi abuela asomando sobre labarandilla.—¡Ahora prácticamente andas allí! Aprecié un ligero golpe contra el suelo.—¡Entra!

¡Le he prometido que iríamos! —Es demasiado lejos —ha dicho el médico—. Pero lediré lo que sí puede usted hacer. Puede llevarse a su nieto a un buen hotel dela costa sur de Inglaterra. El aire de mar es exactamente lo que ustednecesita.—¡Oh, no! —dije.—¿Deseas que tu abuela se muera?

Una cola extendida y rizada.—Lo cierto es que no se me había ocurrido —dije—. —Lo he citado por el hecho de que podría serte útil en el momento en que estés trepando porla cocina —dijo mi abuela—. Puedes enroscarla en algo y balancearte ydescender colgando de ella.—Ojalá lo hubiese sabido antes —dije—. Hubiera practicado para saberusarla.—Por el momento no hay tiempo —dijo mi abuela—. Debemos irnos.Me metió en el bolso con Bruno y en seguida tomé mi ubicación frecuente enel bolsillito interior, para poder asomar la cabeza y ver lo que pasaba. En el momento en que volvimos a su cuarto, mi abuela nos sacó de su bolso a Bruno ahora mí y nos puso encima de la mesa.—¿Por qué diablos no hablaste y le afirmaste a tu padre quién eras? —lepreguntó a Bruno.—Porque tenía la boca llena —ha dicho él.Saltó instantaneamente al frutero y siguió comiendo.—Qué niño más desagradable eres —le dijo mi abuela.—Niño, no —dije yo—.